Itinerario Político
Ricardo Alemán
03 de diciembre de 2006
Lo hicieron ver como un Presidente fuerte y decidido
¿ Qué ganó el Partido de la Revolución Democrática desde la noche del 2 de julio, cuando denunció un supuesto fraude y anunció la resistencia civil, hasta la mañana del 1 de diciembre cuando Felipe Calderón protestó como Presidente Constitucional a pesar de que el PRD se propuso impedirlo?. La ganancia política, social y cultural fue nula.
¿Qué perdieron ese mismo partido y su líder en casi cinco meses de una batalla postelectoral que muchos adivinaban como suicida?. Son cuantiosas y muy costosas la derrota y las pérdidas que sufrió el partido de la izquierda institucional mexicana. El de la Revolución Democrática no sólo perdió la posibilidad real de alcanzar el poder presidencial, en la más cercana acometida histórica que había alcanzado desde los tiempos de su fundación, sino que sufrió una dolorosa derrota cultural e ideológica, como fuerza política impulsora de la transición democrática y como corriente ideológica alternativa a la derecha que representan el PRI y el PAN. Pero además, con su involución democrática, terminó por legitimar al gobierno de Calderón.
Primera derrota
El espectáculo que todos presenciamos los días previos al 1 de diciembre en el recinto legislativo de San Lázaro, y sobre todo la mañana de ese viernes, no sólo es un espejo de la caricatura en que se ha convertido la política mexicana, los políticos y las luchas por el poder; no sólo es un retrato de la contradicción entre los fallidos acuerdos democráticos y el edificio institucional caduco y obsoleto, sino que es la muestra más palpable del fracaso cultural e ideológico de una izquierda mexicana que fue el motor para el tránsito democrático en las dos décadas más recientes, y que terminó por convertirse en los peldaños por sobre los que la derecha mexicana subió al poder.
Para entender lo que vimos el pasado viernes por la mañana en la sesión de Congreso General -en la que finalmente Felipe Calderón se convirtió en Presidente Constitucional-, debemos recordar que la batalla que terminó ese 1 de diciembre no arrancó el 2 de julio pasado y tampoco el 2 de julio del año 2000. No, esa batalla se inició en julio de 1988, cuando acudieron a la contienda presidencial el PRI de Carlos Salinas, el histórico desprendimiento del mismo PRI que representaba Cuauhtémoc Cárdenas -quien convocó a los distintos matices de la izquierda de entonces y que juntos son el antecedente del PRD-, y el PAN representado por ese tractor neopanista llamado Manuel J. Clouthier.
A partir de esa elección presidencial; competida como pocas, pero inequitativa, tramposa, con reglas en favor del candidato oficial, con los medios a su servicio y con una oposición marginada en todos los sentidos, nació una fuerza política que en su doctrina y su cultura se proponía la construcción de la cultura y los principios democráticos, por un lado y, por el otro, la derrota del PRI y de la vieja cultura del partido único y de Estado, como condición indispensable para avanzar a la democracia. Sin menospreciar los aportes del PAN y la audacia del PRI -del gobierno de Zedillo, sin cuyo aporte habría sido imposible el tránsito democrático-, el joven PRD fue un factor esencial para llegar a las reformas electorales de 1996, las que arrebataron al gobierno los órganos electorales, la calificación, el control del padrón y el uso indiscriminado de los recursos económicos.
Cuando el PRD se preparaba para alcanzar el poder por los peldaños democráticos que había construido junto con las otras fuerzas políticas, en la elección del año 2000, fue rebasado por la derecha por un candidato carismático, producto de la mercadotecnia, cuyos promotores entendieron que el poder se alcanza más que con la doctrina con el pragmatismo, que al final de cuentas no sólo les arrebató una porción de la batalla cultural por la democracia, sino el mayor trofeo; sacar al PRI de Los Pinos. Los arquitectos del edificio democrático fueron derrotados por los albañiles de esa construcción, por el neopanismo y por un candidato que tenía el oficio de encantador de serpientes. En el año 2000 el PRD y la izquierda mexicana sufrieron la primera gran derrota ideológica y cultural. Pero sabedores que las batallas democráticas son largas dijeron que la siguiente sería la suya.
Vuelta al pasado
Pero llegó 2006 y el PRD y su diezmada izquierda tomaron el camino equivocado. Tiraron por la borda los principios y la doctrina de la izquierda, entregaron alma, coraje y corazón a los liderazgos creados de manera artificial por la popularidad, compraron todos los desechos del viejo PRI, se tragaron a puños la cultura del corporativismo, el caudillismo, el populismo, la corrupción y la antidemocracia, y entraron en una espiral suicida en donde el único objetivo era el poder por el poder. De nueva cuenta estaban presentes el culto a la personalidad, el autoritarismo, la ausencia de autocrítica, el olvido de los principios, el uso de dinero público con fines políticos, la violencia política, el desprecio por las instituciones y alianzas vergonzantes. Pero no se trataba del renacimiento del PRI, no, sino de la nueva cultura del PRD, de esa caricatura en que se convirtió la izquierda.
Y en efecto, estuvieron muy cerca de alcanzar el poder. Pero no se trata de una referencia romántica, sino de una crítica que no han querido aceptar. Y es que no estuvieron cerca del poder, sino que tenían en la bolsa el poder. La presidencia de 2006 -la que asumió el pasado viernes Felipe Calderón-, era de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. Pero esa presidencia ya no estaría en manos de la izquierda, sino de lo más viejo del PRI. López Obrador perdió un poder que ya era suyo, no porque le hayan hecho fraude, no porque Vicente Fox y los empresarios metieran la mano, no porque sus representantes de casilla se vendieran, no por los perversos poderes fácticos. Perdió ese poder porque él, López Obrador, cometió errores monumentales y porque propuso, al final de su campaña, la vuelta del más viejo PRI.
Contaminados por la enfermedad del presidencialismo, y alcanzados por una de las más perniciosas taras del PRI -la de la cobardía a expresar las ideas propias por miedo a perder el plato de lentejas-, en el PRD de López Obrador se perdieron las capacidades fundamentales de la izquierda, los anticuerpos esenciales para todo proyecto de ese signo; doctrina, valor, autocrítica, dignidad, ideas e ideales. El caudillo era la luz y el camino, la verdad encarnada, absoluta; era el pasaporte al poder, era el fin, el poder, que justificaba los medios; aunque esos medios significaran la derrota cultural e ideológica.
Al final de cuentas el 2 de julio de 2006 el PRD y su mesías tropical renegaron de todo lo que habían construido, por lo que habían luchado, y hasta del éxito cuantitativo que habían alcanzado. Todo éxito es nada si no se alcanza el poder absoluto. Toda ganancia es despreciable si no satisface al mesías. Y entonces volvieron sobre sus pasos. Vino el largo camino del regreso al pasado; de la "Revolución Democrática" a la "involución democrática". Del 2 de julio al 1 de diciembre se perdió el formidable capital político que no sólo llenaba plazas y que los llevó al segundo sitio en el Congreso, sino que se perdió la elección, la batalla cultural por la democracia, la batalla ideológica por convertir a la izquierda en una alternativa real de poder, y se llevó a la izquierda al penoso papel de escalera eléctrica que lleva a la derecha a las alturas del poder. Y lo peor que es esa izquierda retrógrada, ciega, violenta, terminó por legitimar al que califica de "espurio".
Desde el 2 de julio, para 65% de electores que no votaron por el PRD, el cuento del fraude, la resistencia civil, y los ridículos del "legitimo", solidificaron el triunfo de la derecha. Pero el circo de impedir que Calderón tomara posesión le dio a Calderón la legitimidad que le hacía falta, entre ese ya casi 80% que lo apoya. Al impedir que tomara posesión, al ofrecer el espectáculo de diputados perredistas convertidos en payasos de circo, al negarse a todo acuerdo y proponerse bloquear el mandato constitucional, el PRD, su "legítimo" y sus legisladores; diputados y senadores, le hicieron a Calderón y a la derecha el mejor favor que le podían hacer; lo legitimaron a los ojos de 80% de los electores (ver encuesta de EL UNIVERSAL, 2 de diciembre). ¿Por qué?.
Presidente fuerte
Primero porque lo convirtieron en víctima de la barbarie de diputados del PRD, lo que convirtió a la otra barbarie, la de los del PAN que actuaron igual que sus pares de la llamada izquierda, en justificación y hasta capacidad de fuerza de la derecha que fue aplaudida por no pocos electores. Si el de Calderón parecía un gobierno que arrancaría con debilidad frente a los opositores agraviados, el agravio que le recetó el PRD al nuevo gobierno y a los ciudadanos en general -porque impedir "a costa de lo que sea" que Calderón tomara posesión en el Congreso se convirtió en un agravio social igual que el de la toma del corredor Zócalo Reforma-, llevaron a niveles de heroísmo la resistencia violenta del PAN, y convirtieron a Calderón en la fortaleza gubernamental encarnada, una vez que logró entrar al recinto legislativo y protestar como Presidente.
Calderón es visto, gracias al PRD, como un Presidente fuerte, capaz de enfrentar las adversidades, de remontar los obstáculos, de romper las barricadas que su antecesor, Vicente Fox, fue incapaz de derribar. En el imaginario colectivo quedará grabado, más que el discurso de Calderón, más que sus promesas y la demagogia de su discurso inaugural, más que la calidad profesional y política de sus colaboradores, la decisión y la fuerza que mostró al imponer sus condiciones en San Lázaro. Ya es visto, por un porcentaje alto de electores, como un presidente fuerte, que no se amilana, que expresa serenidad incluso ante los momentos de mayor riesgo y de extrema tensión. Y esa expresión de fuerza se la debe al PRD, convertido no en jugador activo del nuevo gobierno, sino en un pasivo, en la barda donde el PAN y el PRI pelotean el juego del poder.
Si el PRD se empeñó el presentar a Calderón como un presidente débil, timorato y títere -más allá de las ofensivas andanadas de "ilegítimo", "espurio", "traidor a la democracia" y "ladrón", que salen del resentimiento y la cultura antidemocrática de su adversario-, la fallida estrategia del "legítimo" y de su partido lo hicieron aparecer como todo lo contrario. Calderón ha seguido un guión bien estudiado y bien actuado; el de un político por quien hace un año nadie daba un centavo, un candidato titubeante que incluso cambió de estrategia a mitad del camino, al de un político templado, seguro y que llegó al extremo de protestar ante un Congreso extraordinariamente adverso, sin titubear, sin leer texto alguno, sin parpadear.
La otra farsa
Pero no todo es miel sobre hojuelas. En el PAN, en el gobierno saliente de Fox, y entre el equipo de Calderón -a pesar de que ahora todo son aplausos y de que algunos son recibidos como verdaderos héroes-, lo cierto es que también se cometieron grandes y graves errores. Los líderes parlamentarios Héctor Larios, de diputados y Santiago Creel, de los senadores, dejaron mucho que desear, por exitosa que haya sido la estrategia para colocar a Calderón en la tribuna de San Lázaro, junto con Vicente Fox, y para garantizar que el primero protestara frente al Congreso. "De eso se trataba", se puede argumentar, pero lo cierto es que el panismo y los equipos del presidente saliente y del entrante mostraron que son buenos fajadores de callejón, pero que poco tienen de políticos. ¿Así van a resolver los conflictos?.
En efecto, se trataba de asumir el poder con todas las de la ley. Y si es así, entonces para qué el circo de la madrugada del 1 de diciembre, por televisión, en cadena nacional, en el que el presidente Fox le entregó al entrante presidente Calderón la banda presidencial. Para qué el circo de tomar protesta al gabinete de Seguridad y luego tomarles protesta de nuevo, junto con el resto del gabinete legal, en el Auditorio Nacional. Para qué la farsa del ciudadano Fox, de llegar con la banda enfundada, de quitarla para entregarla él mismo al presidente de la Mesa Directiva del Congreso, quien ni siquiera se la puso al presidente Calderón.
Lo cierto es que el espectáculo de la madrugada del 1 de diciembre no fue más que un preventivo, para justificar la entrega del poder, en caso de que Fox no pudiera entrar al recinto legislativo. Con una farsa en cadena nacional pretendieron salvar una eventual derrota en el Congreso, farsa que por cierto fue evidente cuando en la cadena nacional desde la sesión de Congreso General, a las nueve de la mañana, llevó a las conductoras de esa emisión a ocultar lo que estaba pasando. ¿Quién ordenó que en la trasmisión de televisión y de radio, para la cadena nacional, los conductores ocultaran a la audiencia lo que estaba pasando?. Se trata de una nueva muestra de la censura oficial, clásica de los gobiernos del PRI, del PAN y del PRD. ¿A quien pretendieron engañar?. En ese sentido, mal comienzo del gobierno de Calderón.
aleman2@prodigy.net.mx